Salí de la universidad con una mochila cargada de conocimiento sobre teorías económicas y planes de negocios que quedaban muy bonitos en gráficas y cuadrantes. Al empezar a trabajar en banca me llevé la primera bofetada de realidad: los problemas matemáticos no son lo más importante en la vida real.
Me seguí formando en finanzas. Cambié de empresa y jefe y, sinceramente, todo fue a peor. La “desesperación” por querer salir de aquello rápidamente me llevó a tomar decisiones impulsivas. Me volví a formar, esta vez en lingüística, y emprendí a la ligera sin una estrategia clara. ¿Resultado? Acabó muy mal.
La mochila de conocimientos cada vez pesaba más, y sin embargo me sentía perdido, como un náufrago en el mar, sin mapa y a la deriva. Eso sí, no me quedó más remedio que aprender a gestionar equipos, negociar y vender, aunque todavía no era consciente de la importancia de toda esa experiencia.